De las generaciones II

De la posesión de la verdad

Como os decía, resulta sencillo, mucho más que convencer, tirar de deseo, de cebo en el grado que sea. Al grito de «no es justo» o «tú te mereces» justificamos cualquier exigencia, Me asombra ver a una caterva de energúmenos reclamar su «derecho a» pisoteando el «derecho de los demás a». Y me importa un carajo que la aspiración sea «buena», que parezca una reivindicación justa ―al menos desde nuestros estándares actuales― o no. Si para defender mi derecho

a acostarme con quien me salga del papo quemo iglesias es como si demonizo la homosexualidad en el nombre del altísimo. Tanto monta, monta tanto una intolerancia como su opuesta. Nuestra posible «superioridad moral», argumento revelador siempre de falta de razones, es temporal, subjetiva y coyuntural. Hoy nos parece categórico y mañana podemos decidir otra cosa. Porque el canibalismo no siempre ha atentado a los principios de todos los hombres, pongo por caso. O abortar, la desnudez, la pena de muerte… Hay mucho de cultural en lo que se acepta o no, incluso desde el punto de vista legal. Comer perro o insectos está mal visto en Occidente y caracoles al norte de la cuenca mediterránea. ¿Os imagináis el hambre que debía tener el primer ancestro que abrió un cangrejo para comerse lo de dentro? Creernos omnisapientes no nos ayuda en absoluto. Es más, ayuda a otros a que nos dominen.

De la relatividad.

Me encanta la sociedad pantalla en la que vivo. Y esto se refleja en la educación de los cachorros. Vivo en país que exigirá, así logren ultimar un reglamento a la Ley de Bienestar Animal un curso para tener perro porque presupone la falta de responsabilidad de los ciudadanos (pruebas nos sobran de que es así, me refiero a la falta de responsabilidad), pero que permite tener hijos así, al tuntún, sin ninguna prueba de capacitación. La media de iniciación sexual está en los 16 para ellos y casi los 18 para ellas, según el Ministerio de Igualdad. (https://www.igualdadgenero.gob.ec/wp-content/uploads/downloads/2021/11/EDAD-PROMEDIO-DE-LA-PRIMERA-RELACION-SEXUAL-POR-SEXO-SEGUN-AREA-DE-RESIDENCIA.pdf), algo que cualquiera que pise la calle sabe que es mentira, al igual que la eficacia de la Ley para que nuestros jóvenes no fumen o se droguen (con las legales) hasta los 18. ¡Juas! Y puestos a estar en Los mundos de Yupi, además de leerse el resto del PDF (solo es un folio (A-4, que no quiero quedar de antiguo proautárquico y falangoide), podéis pararos a pensar qué puede o no hacer un español a los 16 años. Os dejo un link, que es bastante informativo. https://www.ultimahora.es/noticias/sociedad/2022/05/23/1736309/pueden-hacer-los-menores-anos-espana-esto-dice-ley.html. Nada de alcohol, tabaco, elegir representantes políticos o juegos de azar. Sí a tener sexo con adultos, a casarse si se emancipa, a portar armas, a consentir procedimientos médicos y, aunque tienen reconocida la responsabilidad penal, la pena privativa de libertad está limitada.

Con independencia de lo acuerdo o en desacuerdo que estemos con la idoneidad de los permisos y privaciones, parece lógico que en la adolescencia ―que ahora preadelantamos a los doce años para tantas cosas, por lo que cabe denominarla tardía― se produzca esta dualidad entre capacidad individual y tutela. De hecho, sería lo deseable: que el niño se vaya deslizando suavemente hacia la adultez por la vía de la asunción de responsabilidades. Pero luego nos descubro haciendo trampas al solitario. No queremos que tengan acceso a las redes pero les mandamos las tareas por plataforma digital y aula virtual y, además, su teléfono móvil es socialmente inexpugnable. Como su habitación, que ríete tú de la frontera de Korea del Norte. Vamos, ni el Telón de Acero de la RDA, de tan infausto y exiguo recuerdo. La mili se abolió porque nuestros chavales no necesitaban armas para defender su territorio. En realidad les basta con la  «presión social» o el vecino de enfrente que, nulíparo y con nivel de convivencia cero, te da lecciones de cómo debes educar a tu cachorro. Y me refiero al de dos patas; para el de cuatro, lo dicho, hay curso.

De la innecesaria igualdad.

Esto de que todos somos iguales se nos ha ido de las manos. Lo que ocurre, en realidad, es culpa de las prisas y de la incapacidad de leer hasta el final. ¡Si es que somos unos ansias! Seguimos a pie juntillas al oscense Baltasar Gracián «Lo bueno, si breve, dos veces bueno…» e, incluso, dejamos la frase a medias porque ¡ya se entiende! «…Y aun lo malo, si poco, no tan malo». Me gusta citar a Plauto: «Lobo es el hombre para el hombre,…» completo «…no hombre, cuando no sabe quién es el otro», porque la frase adquiere otra dimensión y apela al conocimiento, a lo fácil que es odiar en abstracto, matar de lejos, sin verle la cara al enemigo.

Es cierto que todos somos (o deberíamos ser) iguales… ante la Ley, esto es, se nos reconoce la igualdad de derechos… y obligaciones. También se predica la igualdad… pero de oportunidades. Uno debe poder llegar a desarrollarse hasta lo más próximo posible a sus capacidades máximas, que serán las que sea y, ¡oh, sorpresa!, diferentes de las de los demás. Bobby Fisher era la leche enfrentado a los escaques y yo no era malo; si embargo, así pongan a Deep Blue 4, a Karpov, Korchnói y a Capablanca y Morphy redivivos a tutelarme, no le llego ni a lo que levanta su sombra. Ni aunque reapareciera para enseñarme él mismo lo que sabía.

¡¡¡¡¡ALERTA SPOILER!!!!!: somos distintos, afortunadamente.

Y por eso me revelo ante esos sistemas que, bajo un paraguas de moralina, tratan de uniformarnos. Me da igual que sean las camisas pardas de los nazis , las camisas negras de los fascistas, los monos de obrero del Soviet o la chaqueta maoísta. Todas las sectas y estamentos que buscan la obediencia empiezan por el mismo lugar: negar al individuo. Así que, ya que hemos abolido la mili obligatoria, recurrimos a otro tipo de uniformidades: pensamiento único, diez mandamientos, ideario del partid… da igual. El objetivo es que no pienses, que no cuestiones, que siempre tengas una solución a tu problema en el librito que te proporcionan dios, el amado líder o el sursuncorda. Así nos quedamos bien a gusto, porque, caso de error, yo solo cumplía órdenes. Como en Núremberg, oye. Ya he hablado antes del experimento de Milgram, no me repetiré. Tampoco en el contraste entre igualdades: somos iguales, pero iguales según mi criterio, mis parámetros y mis normas.

Con todo, sí me gustaría incidir en una tendencia que estoy viendo en los últimos tiempos y que, por más que creo que la envidiosa idiosincrasia española facilita, asumo generalizada: ¡Viva la igualdad!, pero por abajo. En lugar de aumentar los salarios de los que menos cobran, bajamos los de los de en medio; los de arriba no se tocan; en lugar de empujar a los que van más despacio, frenamos a los que van deprisa. Si me apruebas el curso con dos suspensos, ¿para qué aprobarlas todas? Si cobro lo mismo parado que trabajando, si accedo a la misma carrera… ¡A hacer puñetas el esfuerzo y la competitividad! No importa esforzarse en mejorar, ¿para qué? Nunca llegaré al escalón superior porque no existe, y el que hay es para la élite dominante a la que yo no voy a acceder. ¿Un pelín feudal esto, no? No sé si recomendaros la novela de Thea von Harbou, que llevó al cine Fritz Lang, que luego me llamáis antiguo, por más que las imágenes os suenen de Radio Ga Ga.

Pensad, ¡insensatos! Y tomad vuestras propias decisiones. Equivocaos, ¡leñe!, siempre y cuando seáis lo suficientemente flexibles para aceptarlo y aprender de ello. Prueba y error y adaptación al medio nos trajeron hasta aquí. Me vais a decir que mira dónde hemos llegado; sin embargo, ha sido cuando hemos creído que podemos adaptar el medio a nosotros cuando hemos terminada de cagarla. Sé que es difícil en este marasmo de mierda y en el bombardeo estimulante contínuo de publicidad y propaganda. Por eso, id a un sitio tranquilo, desconectad todo lo electrónico (el marcapasos no, ¿vale?) y reflexionad. Sé que cuesta, que duele, incluso. Paraos a escucharos a vosotros mismos y, también, a escuchar y tratar de comprender, aun sin aceptarlo, al de al lado. O leed, que también ayuda.

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